BURGOS: Miguelón nuestro antepasado explorador y el MEC
“He llegado muy lejos en el dolor”. Recuerdo de forma indeleble esa frase de uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, Miguel Indurain después de ganar uno de sus épicos Tours de Francia. Y es que una prueba deportiva como la ronda ciclista francesa, además de otras cosas, al final depende de cuánto puede resistir el deportista el sufrimiento físico, de cuál es su fuerza mental.
Los humanos siempre nos hemos
preguntado acerca de nosotros mismos y una de las cuestiones recurrentes en la
filosofía y en la paleoantropología (ambas disciplinas se dan la mano a menudo)
es ¿Qué nos hace humanos?
En el año 1992, a la vez que
Indurain escribía su leyenda a golpe de pedalada en las empinadas carreteras
francesas, en Atapuerca se descubría uno de los fósiles humanos más famosos. El
cráneo 5 de la Sima de los Huesos, que sus descubridores nombraron como el
apodo cariñoso que tenía el deportista navarro, Miguelón.
Miguelón perteneció a la especie Homo heidelbergensis, un hominino de
nuestro linaje evolutivo que vivió en la sierra de Atapuerca del Pleistoceno
medio. Estos humanos, a los que también se conoce como pre-neandertales por ser antepasados directos de esta otra especie humana, coexistían con la fauna propia de la península ibérica de
hace 400.000 años, con una megafauna esplendorosa que contenía especies de
origen africano, como leones, hipopótamos, hienas o elefantes, junto con otras
más relacionadas con la Europa actual como ciervos u osos.
Durante el año pasado nos llegaba la
noticia de que se añaden siete vértebras del cuello recientemente desenterradas y que se podrán contemplar en el maravilloso Museo de la EvoluciónHumana de Burgos unidas otra vez a su cráneo.
Del estudio de este cráneo
excepcionalmente conservado, con su mandíbula y casi toda la dentición, los
investigadores han podido inferir que murió alrededor de los 35 años, una edad
avanzada para su especie. Los pre-neandertales vivían peligrosamente y el cráneo de Miguelón presenta
numerosos pequeños golpes en su cabeza, así como una infección muy grave
provocada a partir de la rotura de una muela en el lado izquierdo de la cara
que le provocó sin duda atroces dolores durante los últimos meses de su vida.
Este comportamiento tenía un precio porque detenerse a atender a los necesitados podía poner en peligro la vida de los mismos cuidadores, dado el mundo hostil en el que vivían. Sin embargo, el cuidado parental de los cachorros o velar por un anciano desdentado podía acotar el contagio o preservar la preciosa fuente de conocimiento útil que atesoran los mayores. Conocer este comportamiento, presente ya en los humanos arcaicos, ha cobrado para mí un especial sentido, mientras salíamos de la pandemia de la Covid 19.
Los paleoantropólogos,
científicos que filosofan con una calavera en la mano, siguen intentado responder
a esas preguntas. Y los huesos les cuentan que la compasión nos hizo humanos
hace milenios. Mientras observas a Miguelón desde su vitrina en penumbra
sientes el inaprensible vínculo, más allá de un apodo cariñoso, entre dos
admirables humanos que viajaron lejos en el dolor y ambos lo consiguieron
porque no estaban solos.
En septiembre salimos en grupo para conocer de cerca a Miguelon en el Mec y el proyecto de Paleólitico Vivo. Si quieres venirte con nosotros, visita este enlace.
Texto y fotos José Carlos de la Fuente
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