PARQUE NACIONAL DE DOÑANA: LO QUE EL FUEGO NO PUEDE QUEMAR



El milano negro en un posadero

En estos días no puedo sacarme a Doñana de la cabeza. Pensando en las extensiones de pinar calcinado y las que permanecen intactas, he recuperado el recuerdo de un “agarraor” trabajando en el Coto del Rey.

Hace años aprendí a trepar a los árboles mediante una instalación de escalada que montábamos desde el suelo con uno de los mejores arboricultores de Barcelona. Ver trabajar a estos hombres que suben a los pinos piñoneros de Doñana con dos simples ganchos fijados a sus pies con la facilidad y profesionalidad que lo ejecutan resultaba fascinante. Según me explicaba uno de ellos, desde la administración les estaban apretando para que la prevención de riesgos laborales se instalase en este aprovechamiento tradicional en forma de esas instalaciones seguras. Estos hábiles trepadores de árboles se resisten a abandonar su sistema de trabajo tradicional.

El “agarraor” sube al pino a una velocidad impropia de quien se encarama a una estructura vertical, en algunos casos de altura considerable. Esgrimiendo una especie de hoz sujeta en la punta de una caña pela el pino visto y no visto. La lluvia de piñas cae al pie del árbol para ser recogidas por los ayudantes de suelo, “los zagales”. Con la misma facilidad que subió el oficial baja del pino para encaramarse al siguiente.

Sorprendemos a la cigüeña negra pescando en una de las bellísimas laguna que salpican la finca.

Dejamos a la cuadrilla trabajando en el mar de pinos del Coto del Rey por una de las rayas de arena que cuadriculan estos bosques. Dejo atrás a esta gente con el pensando en cuanto tiempo mantendrán este uso tradicional. Se podría decir que este oficio no se pierde en la noche de los tiempos, pues la constancia más antigua que se tiene se remonta sólo al SXVIII. Sin embargo, pocas cosas permanecen inmutables en un territorio tan joven y en constante transformación como es Doñana. Las tradiciones aquí son breves.

Durante la visita observamos a otros ilustres habitantes del territorio, para los que los árboles también son vitales. En este mismo bosque, en dos grandes eucaliptos que destacan por encima del pinar, tiene dos nidos la histórica pareja de águila imperial de la finca que los alternan según sus querencias cada temporada de cría. La presencia de estas grandes rapaces que cazan en la marisma es para mi uno de los símbolos de la íntima relación del hombre con la naturaleza de este espacio natural maravilloso que se ha dado en llamar Doñana. Charo, la hija del guarda mayor histórico de la finca, me contaba que su padre ataba el caballo muchas veces al pie de uno de estos gigantes australianos en los que las águilas tienen una de sus casas solariegas sin que su presencia afectase a la cría de las rapaces.

El Coto alberga una enorme riqueza en rapaces. Los milanos negros, abundantes y oportunistas. Se cuenta que los milanos, a los que los árabes llamaban neblíes, dieron a la comarca uno de sus nombres antiguos: el Condado de Niebla.

No me resulta tan difícil identificar los nidos de milano negro en los pinos. Al contrario que los tremendamente miméticos nidos del águila imperial, a pesar del descomunal tamaño que pueden llegar a alcanzar, los del nigrans tienen la peculiaridad de estar adornados con desperdicios de origen humano. Sigue la extraña relación de nuestra especie y la vida salvaje. Si ves un nido grande, de rapaz con plásticos entrelazados, blancos a ser posible, puedes estar seguro de que pertenece a una pareja de estas rapaces. Según leía recientemente en un estudio realizado por científicos del CSIC en Huelva, este desconcertante comportamiento de los milanos obedece a un código intraespecífico. Dada la tendencia a la piratería de esta especie, un nido muy adornado de abundantes plásticos (de perdurabilidad conocida) blancos (muy visibles) advierte a otros individuos de la capacidad de los propietarios para defender el nido ante cualquiera que este tentado de allanarlo.

No dejamos el Coto del Rey, sin visitar reverencialmente la vieja trueca donde criaba una de las hembras de lince ibérico que hace del Coto del Rey uno de los más importantes bastiones de la especie. Un alcornoque centenario que se atrinchera. Se recoge apoyando alguna de sus ramas en la arena como el báculo de un anciano. Y en el proceso que acabará con su muerte, alberga un refugio seguro para que la lincesa pueda parir y sacar a adelante una camada más, en las primeras semanas de vida. Cada vez quedan menos alcornoques en Doñana. El monte original ha sido prácticamente substituido por pinares de repoblación. Cada vez quedan menos de estos venerables ancianos que tanta vida son capaces de atesorar en sus oquedades. Esta especie que ha evolucionado junto a los sempiternos fuegos forestales mediterráneos, desarrolló esa magnífica defensa natural contra las llamas que es el corcho. Quizá merece una reflexión de cara a las inminentes repoblaciones que tendrán lugar en los terrenos calcinados por el reciente incendio de este verano en Doñana.

Me sobrecoge pensar en lo que se lleva por delante un incendio forestal. En lo que se ha perdido, pero también en lo que pervive aún.

En septiembre lideró una escapada con Ecowildlife Spain a recorrer las “rayas” del Coto del Rey. Si quereis acompañarme/nos teneis toda la información en este enlace.



JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE

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