Ordesa. Luces y sombras de los parques nacionales.

 

Hasta este momento no me había encontrado con la flor de nieve. Seguramente porque en la época en la que florecen yo solía evitar su hábitat. O quizá porque de un tiempo a esta parte estoy redescubriendo el Pirineo y era cuestión de tiempo.

Desde siempre me habían hablado de ella y había leído sobre su mitología. Incluso vi muchas veces una seca en un cuadro en una casa de un pueblecito de Guara.

Ciertamente su belleza la empujó al abismo. Esa costumbre (absurda) de arrancarla de sus montañas para secarla entre las páginas de un libro la puso en peligro y obligó a protegerla.

Me enseñan un rodalito en el borde de la pared sur del valle de Ordesa, por encima de los 2000 m. Las observo extasiado y les hago unas cuantas fotos. Más adelante encuentro un edelweiss  en mitad de un sendero en un prado pedregoso con la misma orientación. Me arrodillo a observarla y un montañero me dice que la habían pisado días atrás pero que parece haberse recuperado.

Las leyendas ya no son lo que eran. El símbolo de la pureza de la alta montaña adquiere otro significado. En qué estamos convirtiendo los frágiles ecosistemas de las montañas a fuerza de pisarlas. A pesar de la facilidad con la que miles de personas accedemos a su antes casi inaccesible reino, esta planta ha resultado tener mayor resiliencia que otras especies adaptadas a las islas biológicas, verdaderos mundos perdidos de biodiversidad relicta que son las montañas ibéricas.

Bajo el rodal de los edelweiss, en la umbría de Ordesa se refugiaron los últimos bucardos. Miro el abismo a mis pies y pienso en aquella especie condenada desde la creación del parque nacional y más atrás.

Las huellas de la cabra montés se desvanecieron de Ordesa para siempre con la extinción de la subespecie.
La imagen más terrible que retengo en mi memoria sobre la conservación de la naturaleza ibérica es la de Celia, la vieja cabra, aplastada por un abeto seco en la umbría de Ordesa. El crujido de aquel tronco al caer sobre el último bucardo certificó dramáticamente el fin de una estirpe única. La cabra salvaje del Pirineo desaparecía tras un siglo en la milla verde de la extinción. En vida, se habían tomado de ella muestras/reliquias de la punta de la oreja izquierda y de la piel de un costado, en un intento de retenerla en un laboratorio. Celia es el triste Walt Disney hibernado de la fauna ibérica, congelada para volver a la vida algún día y resucitar su soledad. En su soberbio libro sobre la especie, el pirineista Kees Wouteresen explica muy bien toda la historia conocida del bucardo en la cordillera.


Leí un artículo estupendo en Quercus sobre la historia de nuestra cabra montés, y las desiguales suertes que han corrido las subespecies del norte, bucardo, lusitánica y el misterioso mueyu asturiano extinguiéndose sin remedio y las de Gredos e hispánica, recuperando sus poblaciones cuando todas partían de una situación desesperada muy parecida a finales del siglo XIX. La historia del bucardo debería estar muy presente para quienes nos preocupa la destrucción de la naturaleza. Cuando una especie entra en esa horrible espiral de la extinción imparable, aún no tenemos herramientas para revertirla.

Ni siquiera la figura de protección más importante de nuestra legislación sirvió para evitar la desaparición de uno de sus símbolos.

El edelweiss y el bucardo representan hoy las dos caras de la moneda de la conservación de nuestras especies amparadas incluso por uno de los parques nacionales españoles más antiguos y emblemáticos. La cabra montés del Pirineo desapareció entre las sombras de la cara norte mientras que en la soleada vertiente sur, la delicada flor de nieve pisoteada nos recuerda que también se puede morir de éxito.

Texto y fotos José Carlos de la Fuente

Comentarios

  1. Estupendo artículo J.C., aunque muy triste.
    Duele pensar que hace poco más de 20 años desapareciera sin poder hacer nada al respecto, aunque como nos cuentas, viniera de una situación irreversible.
    Una lección que no deberíamos olvidar por el bien de nuestra.
    Un abrazo

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  2. Gracias Justo. No puedo pensar en el bucardo sin sentirme triste, porque su final, los últimos 80 o 90 años fueron muy tristes. Ya tenían fecha de caducidad...
    Un abrazo Justo.

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