Ordesa. Luces y sombras de los parques nacionales.
Hasta este momento no me había encontrado con la flor de nieve. Seguramente porque en la época en la que florecen yo solía evitar su hábitat. O quizá porque de un tiempo a esta parte estoy redescubriendo el Pirineo y era cuestión de tiempo.
Desde siempre me habían hablado
de ella y había leído sobre su mitología. Incluso vi muchas veces una seca en
un cuadro en una casa de un pueblecito de Guara.
Ciertamente su belleza la empujó
al abismo. Esa costumbre (absurda) de arrancarla de sus montañas para secarla entre
las páginas de un libro la puso en peligro y obligó a protegerla.
Me enseñan un rodalito en el
borde de la pared sur del valle de Ordesa, por encima de los 2000 m. Las
observo extasiado y les hago unas cuantas fotos. Más adelante encuentro un
edelweiss en mitad de un sendero en un
prado pedregoso con la misma orientación. Me arrodillo a observarla y un
montañero me dice que la habían pisado días atrás pero que parece haberse
recuperado.
Las leyendas ya no son lo que eran. El símbolo de la pureza de la alta montaña adquiere otro significado. En qué estamos convirtiendo los frágiles ecosistemas de las montañas a fuerza de pisarlas. A pesar de la facilidad con la que miles de personas accedemos a su antes casi inaccesible reino, esta planta ha resultado tener mayor resiliencia que otras especies adaptadas a las islas biológicas, verdaderos mundos perdidos de biodiversidad relicta que son las montañas ibéricas.
Bajo el rodal de los edelweiss,
en la umbría de Ordesa se refugiaron los últimos bucardos. Miro el abismo a mis
pies y pienso en aquella especie condenada desde la creación del parque
nacional y más atrás.
Leí un artículo estupendo
en Quercus sobre la historia de nuestra cabra montés, y las desiguales suertes
que han corrido las subespecies del norte, bucardo, lusitánica y el misterioso
mueyu asturiano extinguiéndose sin remedio y las de Gredos e hispánica,
recuperando sus poblaciones cuando todas partían de una situación desesperada
muy parecida a finales del siglo XIX. La historia del bucardo debería estar muy
presente para quienes nos preocupa la destrucción de la naturaleza. Cuando una
especie entra en esa horrible espiral de la extinción imparable, aún no tenemos
herramientas para revertirla.
Ni siquiera la figura de
protección más importante de nuestra legislación sirvió para evitar la
desaparición de uno de sus símbolos.
El edelweiss y el bucardo representan hoy las dos caras de la moneda de la conservación de nuestras especies amparadas incluso por uno de los parques nacionales españoles más antiguos y emblemáticos. La cabra montés del Pirineo desapareció entre las sombras de la cara norte mientras que en la soleada vertiente sur, la delicada flor de nieve pisoteada nos recuerda que también se puede morir de éxito.
Texto y fotos José Carlos de la Fuente
Estupendo artículo J.C., aunque muy triste.
ResponderEliminarDuele pensar que hace poco más de 20 años desapareciera sin poder hacer nada al respecto, aunque como nos cuentas, viniera de una situación irreversible.
Una lección que no deberíamos olvidar por el bien de nuestra.
Un abrazo
Gracias Justo. No puedo pensar en el bucardo sin sentirme triste, porque su final, los últimos 80 o 90 años fueron muy tristes. Ya tenían fecha de caducidad...
ResponderEliminarUn abrazo Justo.