LOS COLORES DE LA BIODIVERSIDAD

 

La ligera nevada cubría la fraga. Los líquenes colgaban de los carballos dándoles el aspecto de ancianos barbados. Acebos siempre verdes. Encontraba tocones desechos por los pájaros carpinteros. Las vacas cachenas  y los caballos garranos salvajes encontraban en este bosque refugio y alimento. Levantaba corzos, liebres y becadas en mis paseos, pues  la recorría constantemente estudiando a la manada de lobos que incluía este maravilloso bosque en su territorio. En sus caminos recogía muestras de huellas, observaba el marcaje con arañazos, con excrementos y los restos de sus festines. Sin embargo había momentos en que el bosque no me dejaba ver los árboles, y me olvidaba de los lobos. Era tal la borrachera de vida y colores otoñales que seguro que estuve en más de una ocasión al borde del Síndrome de Stendhal.  Uno no se cansa nunca de los otoños en los bosques de hoja caduca. Los árboles son grandes gestores de energía. Antes de desprenderse de sus hojas, los caducifolios retiran la clorofila, pues es un compuesto orgánico complejo y costoso de fabricar. La almacenan en el tronco y en las ramas. Es entonces cuando aparecen pigmentos ocultos por el verde de la clorofila y el bosque se tiñe de rojos, amarillos, ocres y marrones.

La belleza de estas selvas otoñalesdel norte nos abruma. En esta increíble fraga de Besteburiz, en Lugo, una de esas carballedas acorraladas por el mar de eucaliptos, el otoño estaba en pleno esplendor en noviembre de 2008. Con el suelo cubierto por una fina capa de nieve, hasta la vaca cachena ponía su tono a la paleta de colores del bosque animado.

Era éste un bosque comunal y los paisanos de aquella recóndita aldea lucense me comentaban preocupados la amenaza que se cernía sobre su bosque. Algún vecino ya había plantado una parcela de eucalipto en su interior. La linealidad del eucaliptal contra el orden heterogéneo del maravilloso bosque autóctono cantábrico.

Mientras preparaba la charla sobre la biodiversidad ibérica para el festival on line de Ecowildlife, evocaba uno de estos paraísos forestales, únicos y nuestros. Y, el lector se puede preguntar si los bosques esclerófilos mediterráneos no son más únicos y más nuestros que los bosques deciduos de la franja norte de Iberia, y puede que no le falte razón. Sin embargo, estos bosques que una vez compartimos con buena parte de los territorios templados de Europa occidental, han desaparecido de buena parte de sus antiguos dominios en los países de nuestro entorno, transformados en campiñas con setos, bosquetes aislados, vaciados de la mayoría de su espectacular comunidad zoológica, que aún conservan razonablemente bien nuestras silvas norteñas.

Y, aunque no están exentos de amenazas, con especies como el lince boreal que han desaparecido de ellos en tiempos históricos o el maravilloso urogallo que aún tuvimos la suerte (con un tremendo poso de tristeza) de observar en la quietud de un bosque asturiano y que parece desvanecerse sin remedio de sus espesuras ancestrales, por las formaciones caducifolias atlánticas aún vaga el oso pardo, se escucha el tamborileo tribal de los picos y el trepador azul trina cerca de un “cortin”. Y quien sabe si alguna meiga, el bosgosu o el cuélebre siguen hechizando los increíbles bosques que tanto excitaron la imaginación de nuestros antepasados.

Os dejo un video en el que os enseño  un recorrido por toda nuestra biodiversidad.


Comentarios

  1. Maravillosa sensibilidad y poesia transmite tu articulo, Jose Carlos, feliz de poder leerlo

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    1. Muchísimas gracias, Josefina. Lo cierto es que es imposible no ser sensible a lo que nos dan estos bosques.

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