EL RASTRO INESPERADO DEL TEJÓN

 

Texto y fotos J. C. de la Fuente

En las últimas semanas he vuelto a pensar mucho en los tejones, mientras preparaba el taller de rastros que hicimos en el marco del reciente Nature Festival On Line de Ecowildlife.

En realidad hace mucho años que pienso en los tejones. He escrito artículos sobre ellos y tendrán su parcela en el nuevo libro que preparo. Encuentro sus rastros casi a diario recorriendo los caminos del Garraf, pero ha sido preparando el taller cuando he recordado como la primera huella de tejón que encontré en mi vida cambió mi forma de ver el campo y de relacionarme con la naturaleza.

Fue en algún momento de los primeros 90 cuando me empecé a interesar en serio por eso de ser naturalista y, naturalmente empecé a explorar mi entorno más cercano,  a donde me permitía mi economía y mi libertad (mayoría de edad) recién alcanzada.

El vídeo completo de mi presentación en el festival por si lo queréis ver

Rondando por la riera de Cubelles, que es el nombre local del último tramo del río Foix antes de su desembocadura en la playa de mí pueblo. Aquello era lo más salvaje a lo que yo podía aspirar, pues había un trocito de pinar y el resto eran huertos y viñedos, justo antes de la urbanización construida aguas arriba.  En esta parte una par de curvas del río seco formaban unos taludes bastante imponentes en los que había y aún hay una espectacular colonia d abejaruco. Yo me pasaba los ratos husmeando por todas  las madrigueras excavadas allí, sobre todo conejeras, aunque había una par de bocas más grandes que parecía que utilizaba el zorro en época de cría. En la principal, encontraba muchos restos de ovejas y cabras que el raposo debía de pillar en un barranco que el último pastor de la zona usaba como muladar.

Una tarde, en una de las bocas de la presunta zorrera, la más escondida entre la vegetación, lo encontré. Una huella en la tierra suelta de la entrada, perfectamente reconocible, como la de un oso pequeñajo. Yo no tenía ninguna duda de que aquel rastro sólo podía ser de tejón, pensaba mientras la cabeza me daba vueltas. Pero no podía ser. Todas mis lecturas lo situaban en los bosques atlánticos o en Doñana, pero allí, al borde de un cauce seco y en mi pueblo… Pasé muchos días con aquella huella inequívoca de tejón clavada en mi mente.

Esa fue la primera ocasión en la que el rastreo entró en mi vida prácticamente a la vez que el tejón. Seguramente ahí empecé a pesar en serio en ese antiguo arte como una herramienta maravillosa para entender a la fauna, absolutamente a mi alcance si la practicaba y me formaba en ella. Y aquella inesperada huella del mustélido de la máscara empezó a abrir mi mente como sólo hace el rastrear. Creo que aquel regalo del tejón de la riera se lo he podido devolver cuando me he servido del rastreo profesional en trabajos de conservación de la especie. Aprendí a esperar el rastro de una especie donde otros no lo esperan y eso me ha servido para resolver enigmas como el que explicaba en el taller y que nos trajo de cabeza con los accidentes de la balsa de Roquetes.

Por cierto el proximo día 11 de marzo doy una charla sobre la fauna ibérica, si quereis estar presentes via zoom, daros de alta en este enlace.



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