HISTORIAS DE LA FAUNA IBÉRICA: EL CREPÚSCULO DE LOS BUHOS


El magnífico protagonista del relato nos permitió robarle su espíritu salvaje por unos instantes































Comence mi relación con Ecowildlife Travel empezó hace ya unos cuantos  años observando al búho real incubando en su nido de la Portilla del Tiétar, en el, entonces recién declarado, PN de Monfragüe.  Pero antes de eso, el búho me había hecho sudar para observarlo por primera vez.mpecé a interesarme por la observación de aves había especies ibéricas que me fascinaban especialmente y, entre ellas estaban lógicamente las rapaces nocturnas. Los búhos y lechuzas siempre han estado envueltos en el misterio, teniendo en cuanta sus hábitos nocturnos, sus cantos extraños que suenan en la oscuridad, la querencia de algunas por anidar en edificios abandonados o las dependencias más apartadas y solitarias de edificaciones antiguas.

De todas las estrigiformes, orden de las rapaces nocturnas, la que más llamaba mi atención, la que deseaba observar con más fervor era el búho real. En ese momento, aunque no era escaso, aún no había explotado su extraordinaria expansión actual.

Lo buscaba en las zonas donde sabía que había existido históricamente en el Garraf. En Sant Pere de Ribes, pueblo de la comarca al que siempre he estado vinculado por muchas razones, le habían dedicado un lugar especial en el bestiario local y lo sacaban en fiestas junto al tradicional “drac”. En este municipio se encuentra la impresionante Penya del Duc, de tan sugestivo topónimo (Peña del Gran Duque) que fue uno de los escarpados donde intentaba encontrar al señor de la noche. Recordando el capítulo de Fauna Ibérica donde Joaquín Araujo decía del búho que siempre estaba “encastillado”, repasaba los castillos pétreos de los espacios naturales a mi alcance entonces.
Todo en el búho real impresiona y sus huellas son un ejemplo.

Los fracasos empezaban a confirmar que no encontraba ningún búho real por mi torpeza de principiante.

Cuando visitaba Guara, siempre dedicaba alguna espera crepuscular sentado contra la valla del cementerio de Loporzano por si aparecía “Sinatra”, el búho bautizado así por Josele Saiz por sus sobresalientes dotes cantoras. Y finalmente fue en aquellas tierras oscenses donde lo conseguí ver por primera vez. Y fue memorable.

Josele, que se ocupaba de algunas estaciones de escucha para censar a la especie en la comarca del Somontano, me llamó porque tenía que hacer alguna de ellas. Por la tarde estaba en Huesca con los prismáticos colgados. Josele me dijo que un amigo suyo, un joven investigador de la zona, tenía permiso para capturar un bobón, que es como se conoce la especie en la comarca. Lo llamó a casa pero no pudo localizarlo (época de móviles aún escasos), así que nos fuimos los dos solos a buscar a mi ansiado gran duque.

El sur del Somontano es uno de los paisajes más bonitos que he tenido la suerte de recorrer. Y si lo haces al atardecer, como aquel día, la luz del sol poniente entre las cárcavas, barrancos y cabezos pelados le dan una atmósfera de “western” ibérico que te deja sin aliento. Ese era el escenario y aparecieron los protagonistas. Recortados contra el cielo rojo sangre los búhos reales de la estepa aragonesa ejecutaban coreografías nupciales. ¡Ya los tenía!

Contamos ocho ejemplares distintos volando en parada nupcial en la lejanía y yo me felicitaba de la suerte de tener por amigo a aquel ornitólogo que me había contaminado con la pasión por los pájaros. Pero la cosa aún iba a culminar con la observación top.

Nos situamos al lado de un cementerio (otra vez, un cementerio), en un pueblecito de la zona, cuyo nombre no recuerdo. El camposanto estaba en un pequeño promontorio al pie de un cortado. Aquel era uno de los puntos de escucha establecidos y esperábamos oír cantar al gran duque. El sol ya había caído y había poca luz. Desde nuestra posición se dominaba el llano. Abajo había un coche parado en mitad de la estepa. Pensamos que se trataba de una pareja con su propia parada y procuramos no mirar demasiado en su dirección por pudor. ¡Estábamos allí para observar en la intimidad a los búhos reales!
Las poderosas armas del gran duque
En ese momento casi sin luz, una roca con forma de barril se recortó en la cima del risco. Era nuestro búho. Mientras comentábamos la increíble sucesión de observaciones que estábamos teniendo, el duque se lanzó en vuelo de caza hacia el llano, picando silencioso e implacable. Procurando no perderlo, seguimos al búho planear hacia donde estaba el coche de “la pareja” y, cerca de él, lo perdimos en el suelo, como si se lo hubiera tragado la tierra al aterrizar.  Ahora que teníamos al coche en foco, Josele lo reconoció. Era el coche del biólogo que debía capturar un búho. Lo que se había tragado a nuestro duque fue la trampa con una rata viva como cebo que el investigador le había puesto.

Bajamos hasta el sitio y nos reunimos con los dos tramperos del Ford Fiesta. Efectivamente habían capturado al búho y le estaban tomando datos biométricos.  Pude rematar mi primera experiencia con el búho real observándolo de todas las maneras posibles, desde lo más lejano a la más absoluta cercanía. Recuerdo impresionado sus pies, como guantes de boxeo armados con garfios de abordaje. Y su bravura, que ponía de manifiesto lanzando feroces picotazos a quien lo sujetaba y su mirándonos con sus ardientes ojos naranja. Me pareció enorme y resulta que era un macho canijo si comparamos con el tamaño de las hembras.

Lo anillaron y lo liberaron. Y verlo desaparecer en la oscuridad fue una de las expresiones más potentes que he presenciado de lo más libre y salvaje de nuestra fauna ibérica.

Texto y fotos: José Carlos de la Fuente Fernández
El bobón inmediatamente antes de recuperar su libertad.



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