LA MIGRACIÓN DE LAS AVES POR EL ESTRECHO


En el mes de abril, durante el transcurso de una de nuestras expediciones, nos encontrábamos recorriendo las estepas y sabanas de África oriental.  En este viaje a Kenia nos acompañaba el ornitólogo Rafa González. Si la gran fauna, particularmente los mamíferos son las grandes estrellas de cualquier safari, la exuberante cantidad de especies de aves hacen del  viaje una experiencia inolvidable para cualquier naturalista. 

El mismo Rafa nos contó aquí, en un extenso artículo, las maravillas de la ornitofauna de Kenia, acompañado de un impresionante check list, así que sería difícil añadir mucho más en ese sentido. Sin embargo, hay un aspecto fascinante para el viajero ibérico que se echa los prismáticos a los ojos en África y que tiene que ver con especies con las que los europeos estamos más familiarizados.
Observábamos a grupos de cernícalos primillas en la sabana, tan ubicados aquí como los observas criando colonialmente en una paridera abandonada en mitad de los Monegros, a miles de kilómetros al norte. Recuerdo como Rafa comentaba admirado que , quizá, estos mismos halconcillos estarían en Madrid en quince días.

Y pensaba yo en nuestro propio viaje en un inmenso avión de pasajeros desde Frankfurt, atravesando media Europa y tras cruzar el Mediterráneo, alcanzando las costas africanas. Atravesar el desierto del Sahara de norte a sur se hacía interminable, una vez has observado los primeros cientos de kilómetros de paisajes desolados desde el aire, para continuar por el valle del Nilo hasta Nairobi. Imaginaba entonces el tremendo periplo de miles de aves que cada año realizan un viaje épico de ida y vuelta, entre sus cuarteles europeos de cría y sus áreas de invernada subsaharianas.

El destino de las aves migratorias fue un enigma que intrigó a los europeos hasta tiempos muy recientes (quiero pensar que también a los africanos cuando perdía de vista a pájaros que pasaban meses en sus tierras y luego desaparecían hasta la siguiente temporada). Hasta bien entrado el SXIX, las teorías sobre el entonces desconocido destino de las aves migratorias cuando abandonaban sus áreas de cría europeas  alimentó variadas teorías. Se especulaba si hibernaban enterradas en el fango o se adentraban en el mar para entrar allí en letargo. Desde Aristóteles a Linneo, algunos de los mayores genios pensadores sostuvieron alguna de estas ideas.
 
Pero fue una “Pfeilstorch” en el año 1822 la que hizo cambiar el paradigma. El aristócrata alemán Christian Ludwig von Bothmer una cigüeña muerta con una flecha africana de 80 cm clavada en el cuello, cerca de la aldea Klütz. Su estudio detallado abrió las puertas al conocimiento del comportamiento migratorio de las aves. Pfeilstorch en alemán, denomina a una cigüeña migratoria atravesada por una flecha el espécimen de Klütz fue disecado y se puede ver hoy en la colección zoológica de la universidad de Rostock. Por este motivo se le conoce como la "Rostocker Pfeilstorch”. Actualmente se conservan 29 “Pfeilstorch” en diferentes colecciones en Alemania. Ahora, sabemos mucho sobre la migración de las aves, que se define como un movimiento de  retorno regular entre el área de cría y la de invernada. La razón habitual es que las áreas de cría se vuelven hostiles porque los recursos disminuyen de forma crítica, ya sea porque se detiene el crecimiento de las plantas en esa época o las especies presa mueren, hibernan o se vuelven inaccesibles bajo la nieve o el hielo. Incluso en las latitudes más altas los días se acortan de tal manera que las horas de luz para buscar alimento son insuficientes.
 
La vuelta desde sus cuarteles de invierno se produce cuando la situación vuelve a ser adecuada en las de cría y la competencia con las aves residentes entorpecería una reproducción más productiva.
Las grandes aves planeadoras, las que migran aprovechando las corrientes de aire térmicas, avanzan a 30-50 km/h.  durante el día. Estas aves, rapaces grandes, cigüeñas o pelícanos  cruzan el Mediterráneo por los puntos más estrechos, como el Bósforo o el estrecho de Gibraltar. Cruzan estos lugares con un largo planeo descendente, por lo que se concentran en las inmediaciones de la zona de paso esperando las condiciones meteorológicas adecuadas.

En la Península Ibérica tenemos uno de esos puntos de paso, el Estrecho.  Las aves cruzan en angostos flujos dependiendo de los vientos predominantes. El levante las puede barrer hacia el Atlántico y lo evitan. Es entonces cuando el naturalista puede disfrutar de uno de los espectáculos naturales más impresionantes del mundo, que es el paso migratorio de las eternas viajeras aladas.

En Julio salimos de nuevo a ver la migración, esta vez postnupcial al Parque Natural del Estrecho. 

Comentarios

Entradas populares